El emprendimiento sucede en el fundo de mi abuela, llamado Santa Teresita. Este es un fundo bendecido por Dios, con agua propia que sale de los cerros, irrigando toda la chacra, permitiendo la siembra de palta, papaya, pituca, plátano y el riquísimo café. A 1300 msnm, con un ecosistema perfecto para el calor, la humedad, la sombra y la luz. Lamentablemente, no hay buen acceso para llegar hasta el fundo, por lo que tenemos que caminar un kilómetro hacia el interior de la selva. Tampoco llega electricidad, por lo que estando allí, estamos incomunicados. Cuando cae la noche y hay que regresar a casa, la luna, maravillosamente te acompaña y guía en el camino de vuelta. El fundo fue comprado por mis abuelos Silvino Rodríguez y Teresa Martínez con mucho esfuerzo y tesón en 1960. La chacra les dio alimento y cubrió sus necesidades básicas, mientras tenían la fuerza para trabajar el campo. Cuatro décadas después, siguiendo el ciclo de la vida, ellos partieron a la eternidad con Dios. Ahora, ¿Qué pasaría con su chacrita? Uno de los cuatro hijos, mi tía Felia; quien es viuda y no tiene hijos a su cargo, se ofrece a velar y cuidar de la chacra para hacerla crecer. Pues ella cuenta con mucha vitalidad por su buena alimentación y está acostumbrada al trabajo de campo. Pasaron así, veinte años y no fue nada fácil mantener el fundo. Hay muchos costos que asumir, no hay buenos compradores y los que llegan, pagan un precio muy bajo, aduciendo que su café es común (lo cual no era cierto).
Esto ha sido así por años y ha mermado su propia economía; sin embargo, ella se resiste a dejar las tierras que dejaron los abuelos. Diariamente, se enrumba a podar la maleza que crece en los campos, cruzando los linderos fangosos por la lluvia, para que no mueran sus cafetos y mantener vivo el legado de sus padres, mis abuelos. Sin pedir ayuda a sus hermanos, que están ocupados con su día a día, en una economía difícil y desigual que tiene el Perú; ella ha seguido adelante, hasta que no pudo más… La cosecha del 2019 podría haberse perdido, si no fuera porque mi tía comunicó lo siguiente: “Hermanos, la cosecha va a comenzar y todo ha sido pérdida para mí, no tengo dinero para pagar al personal y voy a perderlo todo”. Fue así que el sábado, mi tía llegó a Lima y visitó a mi madre, justo cuatro días después de que yo había tenido un profundo quiebre en mi vida… La noche del martes, experimenté un vacío existencial en mi corazón, de esos que sientes que nada te llena y te preguntas: ¿Para qué sirvo?, ¿Para dónde voy?,
¡Enséñame el camino, Señor! le pedí, postrada de rodillas ante Él. No imaginé que ese encuentro con mi tía, era la respuesta que me estaba dando Dios. Y es así, que el simple afán de salir de Lima para distraerme, me motiva a ofrecer mi mano de obra a mi tía Felia. A los pocos días, estaba viviendo en carne propia el suplicio de mi tía; en un cuartito sin comodidades, con lo básico para dormir y utensilios para preparar alimentos. Haciendo trueques con el pueblo: “Yo te doy platanitos, tú me das papitas… Yo paltita, tú maicito”.
El lunes, a las 4 de la madrugada, preparamos el desayuno, compuesto por una infusión de hierbas del campo y unas galletitas viejas. Luego de alimentarnos, enrumbamos al Fundo Santa Teresita. Yo iba detrás de mi tía, pisando las mismas huellas que dejaban sus 80 años; maravillada de ese inmenso mar de árboles verdes en los que me sumergía cada vez que avanzábamos. En ese momento, cuando ella me había adelantado unos cien pasos, la vi… Ella y el campo, entendí que sólo el AMOR era capaz de motivar a una persona a hacer ese trajín diario. De pronto, brotó de mi corazón una epifanía: «Darlo todo por los que amas». Esa era la respuesta que Dios me dio. Lo demás ya es historia conocida. Se comprobó que nuestro café tiene un alto puntaje y estar en ese sitio privilegiado, me dio una NUEVA MISIÓN: Continuar el legado de los abuelos y ayudar a mi tía Felicita en sus labores; para así, poner nuestros maravillosos productos a disposición del mundo entero.
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